Continuación Cap.2

El rostro de una persona se acercó a mi pelo y me olió. Me manoseó la cabeza y la cara tocándome delicadamente mi nariz respingona, mis ojos y mis largas pestañas, mis cejas y, por último, mis carnosos labios.
Pero no podía hacer nada, tenía miedo, que si yo me resistía o gritaba me podría hacer cualquiera cosa. Hasta matarme.
No reprimí el escalofrío que me produjo su contacto. El contacto de una persona que no veía, a la que no conocía. Porque no la conocía, ¿o tal vez si?
Una persona que tenía la piel tan caliente como la arena del desierto Sahara. Tan caliente que casi podía aguantar. Era como si tuviera fiebre.
Él se rió.
- Sabrás muy, pero que muy bien – me dijo una voz melodiosa, dulce como la miel – Te probaré más tarde, no te preocupes. Ja ja ja.
Sentí que una presencia abandonaba la habitación por la gran ventana que había en la parte derecha de mi habitación. Pero era imposible, estábamos a bastante altura del suelo y debajo no había jardín, sino un caminito de piedra que mi padre había construido el verano pasado y que llevaba al garaje.
Me quedé congelada. Paralizada en el sitio, sin moverme apenas un milímetro de mi cama. Me sentía sucia después de que un desconocido me tocara.
Estuve así cerca de un cuarto de hora, sin hacer nada y con la mente en blanco. No estaba en mi cuerpo. ¿Cómo me podía pasar esto a mí?
Pero por fin volví a la realidad.